Vamos al templo a encontrarnos con los grandes misterios de la vida. A despojarnos de la hojalata para conservar el oro puro.
“Dichoso el que tú escogieres, e hicieres llegar a ti, para que habite en tus atrios: seremos saciados del bien de tu casa, de tu santo templo”. (Salmo 65:4).
“Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos: escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de maldad”. (Salmo 84:10).
UN LUGAR SAGRADO.
Este recinto nos habla de un poema de nuestra alma; es un poema que se llama oración. Allí nos recogemos para ver la magnificencia del espíritu.
El templo es Jesucristo, es el Evangelio, es el Gólgota, es la redención, es la segunda humanidad, es la humanidad del espíritu. El templo es la figura colosal e inspirada del mundo cristiano.
Es el lugar bendito donde acude la cristiandad en busca del perdón de Dios, y a llorar su degradación causada por el pecado. El templo es la figura visible de las horas sagradas del Monte Calvario.
¿QUIÉNES VAN AL TEMPLO?
Uno de los cuadros más hermosos que he contemplado en mi vida pastoral, ha sido la gozosa reunión de niños, jóvenes, adultos y ancianos rindiendo culto a la Divinidad, al abrigo de la paz, la tranquilidad y la dulce serenidad de un templo.
He visto, en alas de la imaginación, el alegre caminar de muchísimas personas rumbo a los templos por las pequeñas callejuelas de remotas aldeas; por las anchas calles de las grandes ciudades; por soñolientas orillas de lagos y mares; bajo el límpido cielo o a través de brumas y borrascas; en lanchas o en pequeños botes; a caballo en las dilatadas llanuras o en trineo por las nieves perpetuas; por valles y colinas, atravesando bosques sombríos o salvando espumosos torrentes; a través de solitarios senderos en las montañas, ya bordeando escalofriantes precipicios o bajo el tórrido sol en la tibia llanura.
En los trenes de alta velocidad o en coches tirados por caballos; en vehículos de último modelo o en carros antiguos; solos o en parejas, en grupos o en largas filas; vestidos de mil maneras, hablando en todos los idiomas del mundo; desde la última iglesia de Rusia en las heladas estepas, hasta la última de Arabia, sombreada por palmeras… Millones y millones de personas reverentes y alegres, rumbo “al sitio más dulce en la tierra”.
Una poetisa expresó lo siguiente: “Cuán grato ha de ser a Dios el himno de adoración constante que, en mil idiomas, sube de la faz de la tierra”.
¿QUÉ nos ENCONTRAREMOS cuando vamos al TEMPLO?
LA MÚSICA SAGRADA.
“El canto le cae al alma como el rocío al pasto”, decía Pablo Neruda. La música es, posiblemente, la más antigua de las bellas artes. Desde los lejanos días del Génesis hasta ahora, la música ha sido parte importante del culto divino. Los salmos de David, “el dulce cantor de Israel”, que “fueron entonados primeramente en lenguas hebreas en los pasturajes de Belén y en las alturas de Sión, resuenan ahora con igual dulzura en idiomas entonces desconocidos, y son muy amados por los corazones cristianos de toda la redondez de la tierra”. Gran parte de la belleza de los cultos se debe a los efectos, magnificencia, majestad y elevados sentimientos contenidos en los cánticos.
LA PALABRA DE DIOS.
Sin ella, la congregación en cualquier templo estaría vacía y sin sentido. A decir de San Pablo, ella es “útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente guiado para toda buena obra”. (2 Timoteo 3: 16,17). Por ello la iglesia contemporánea se nutre en esa fuente. Al compás de esa Palabra, resonando inspirada desde los púlpitos, miles y miles de seres humanos, han sido transformados, redimidos y encaminados hacia los estrados de Dios.
El escritor y poeta alemán, Johan Wolfgang Goethe, dijo: “Cuanto más grandes sean los progresos de la Humanidad, tanto más claramente verán los que son sabios que la Biblia es el verdadero fundamento de la sabiduría, y la maestra universal de la Humanidad”.
También Emmanuel Kant, filósofo alemán, escribió: “La existencia de la Biblia como un libro para el pueblo, es el mayor beneficio que ha experimentado la raza humana”.
LA ORACIÓN.
La escritora Athala Guihur de Jaramillo nos dice que, “la oración aprendida y practicada en el hogar se fortalece en el templo por el ejemplo y la enseñanza de la comunidad eclesial. Allí la oración es el clamor de un pueblo que reclama la presencia y la acción de Dios. Si en la oración hogareña sentimos que Dios llega quedamente, se sienta a nuestro lado, escucha y hasta nos habla; en el templo la oración del Pastor y la congregación nos hace sentir a un Dios que nos refortalece; a un Dios de misericordia que nos perdona; a un Dios de majestad que llena las naves del templo con su gloria y su magnificencia”.
La oración es patrimonio lo mismo del mendigo que del rico. En ella el hombre se coloca ante Dios como el lienzo ante el pintor o el mármol ante el escultor. En la plegaria, el mortal descubre ante el Omnipotente sus errores, y empieza a recibir la gracia divina. ¡Que se llenen pues nuestros templos y nuestros corazones del santo poder de la oración! Ella constituye el más poderoso vínculo del hombre con su Dios.
El doctor Alexis Carrel, Premio Nobel de Medicina, en su libro La oración vista por un fisiólogo, escribió: “La oración levanta a los hombres por encima de la estatura mental que les pertenece por su herencia y su educación. Este contacto con su Creador los impregna de paz. Y a paz irradia de ellos. Y ellos llevan la paz a dondequiera que van”.
INVITACIÓN:
Vamos al templo, disfrutemos del culto y allí, lejos del mundanal ruido y muy cerca de Dios, sintamos el gozo inefable que produce el cántico sagrado y el estudio de la Palabra eterna. Descubramos la belleza y poder de la oración y llenemos el alma de la gloriosa esperanza de la redención final.
Millones de personas disfrutan estas delicias en todas las naciones debajo del cielo. “No hay sitio más dulce en la tierra que la casa del Padre de amor”.