La vida de Josué engalana las páginas bíblicas. Donde la encontramos entre otras vidas consagradas por entero a la más sincera obediencia, que nos sirven de guía en la larga senda hacia los estrados de Dios y la redención final.
EGIPCIO DE NACIMIENTO.
Josué nació en los tiempos difíciles de la esclavitud. Cuántas veces sus padres y abuelos le recordarían la ya tres veces centenaria promesa dada al “padre de la fe”, Abraham: “Ten por cierto que tu simiente será peregrina en tierra no suya, y servirá a los de allí, y serán por ellos afligidos cuatrocientos años. Más también a la gente que servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con grande riqueza” (Gén. 15:13,14).
Para él, seguramente, cada amanecer representaba un acercamiento al ansiado día de la liberación. Ni la misteriosa grandeza de las pirámides, ni la monumental esfinge, ni el “milagro anual” del Nilo que convertía aquel país “en un hermoso jardín floreciente y en un océano de dorados trigales”, pudieron opacar su sed de libertad al amparo de Dios. Tendría unos 45 años cuando ocurrieron las 10 plagas que humillaron a los arrogantes egipcios, y se inició la larga y tortuosa marcha, llena de escollos, hacia la “tierra que fluía leche y miel”.
DE RAMESES AL “MONTE DE DIOS”.
¡Seiscientos mil hombres sin contar los niños! ¡Qué diversidad humana formaba aquella marcha! Ancianos, jóvenes, niños, bueyes, ovejas, cabras, hebreos y multitud de extranjeros. Así estará compuesta la larga caravana, que, durante 40 años, avanzará bajo la bóveda azul y diáfana del cielo y probará la dura vida del desierto.
¡Cuántos acontecimientos sobrenaturales observarían! El insólito cruce del Mar Rojo, y la destrucción del ejército egipcio; las columnas de nube y de fuego, testigos vivos de la presencia divina; las aguas amargas de Mara que se hacen potables; las codornices por millares al alcance de la mano; el extraño manjar al que llamaron “maná”, y el cristalino y abundante manantial que brotó de la dura roca. El joven Josué veía y aprendía, llenando su alma de la más serena e inamovible confianza en Dios. Cuando le tocó entrar en acción como capitán de las huestes israelitas para combatir a los feroces guerreros amalecitas, lo hizo como un brillante estratega o un consumado general.
Continuó el éxodo por “estériles llanuras, escarpadas pendientes y desfiladeros rocosos”, hasta llegar al monte de Dios, con su maciza cumbre que se cubriría de “vívidos relámpagos mientras el fragor de los truenos retumbaba en las alturas circundantes”, al proclamar el Rey de los cielos la ley eterna. El futuro guía del pueblo de Dios, Josué, convertido ya en un servidor leal del caudillo Moisés, algunas veces ascendía la escarpada ladera del monte hasta una distancia prudente, y otras veces permanecería ocupado en los sagrados deberes del Tabernáculo del Testimonio.
josué, UN GIGANTE DE LA FE.
Algún tiempo después de alejarse de las zarzas de Horeb, cerca ya de la frontera de la tierra prometida, reconocido ya como un indiscutible líder de la tribu de Efraín, viajó con otros once compañeros, representantes de sendas tribus, a reconocer “la buena tierra de arroyos, de aguas, de fuentes, de abismos que brotan por vegas y montes; tierra de trigo y cebada, de vides, higueras y granados; tierra de olivos, aceite y miel. . .”
Únicamente Josué y Caleb se llenaron de fe y optimismo para iniciar la conquista inmediatamente. El pueblo entero se llenó de temor por el pesimista informe de los otros diez espías. Ante la incredulidad de la nación, Dios determinó que permaneciesen 38 largos años en el árido desierto, que sería la tumba de toda una rebelde generación.
ELEGIDO PARA SER EL NUEVO LÍDER.
El Dios justo había decidido la muerte de Aarón en la solitaria cumbre del monte Hor, varios años antes, y también la de Moisés en las alturas del monte Nebo, en las cercanías de la tierra de promisión; pero antes, Moisés debía cumplir con un encargo divino: “Toma a Josué, varón en el cual hay espíritu, y pondrás tu mano sobre él… y pondrás tu dignidad sobre él, para que… todos los hijos de Israel le obedezcan… por el dicho de él saldrán, y por el dicho de él entrarán…” Así se sigue escribiendo la historia luminosa de este hombre que, por vivir cerca de Dios, siempre hacía lo correcto aún en las horas más oscuras de tentaciones e idolatría.
Debía iniciarse una nueva etapa en la historia del pueblo peregrino. “Esfuérzate y sé valiente porque Jehová tu Dios será contigo en donde quiera que fueres”. Levántate pues ahora y pasa este Jordán… a la tierra que yo les doy…” Así empieza a forjarse el milagro en que el más famoso de los ríos, el Jordán, que suele desbordarse sobre todas sus orillas en esa época del año, se secó, para testimonio del pueblo viajero. Ahora se establecerían en la fértil llanura de Gilgal, ante las imponentes murallas de la antigua Jericó.
DESDE JERICÓ HASTA TIMNATH-SERA.
Moisés que había iniciado la obra de liberación cuarenta años antes, fue visitado por “un ángel que le apareció en el Sinaí, en el fuego de la llama de una zarza”. Ahora Josué, estando en las llanuras de Jericó, vio un varón que estaba delante de él, el cual tenía una espada en su mano y se identificó como Príncipe del Ejército de Jehová. Igual que a Moisés se le ordena “quitarse los zapatos de sus pies porque el lugar era santo”.
Cuánto ánimo debe haber infundido ese suceso en el ánimo del nuevo líder. Resonaron en su mente las palabras celestiales: “Como fui con Moisés, así seré contigo”. “El libro de esta ley nunca se apartará de tu boca: antes de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito: porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien”.
Guiado por Josué el pueblo entró en acción. La conquista se había iniciado. Por siete años se sucedieron todas las estrategias de una guerra total. Hay más milagros: caen los muros de Jericó sin que mano humana los toque; caen pesadas piedras del cielo sobre los enemigos que huyen en desbandada; el sol se detuvo y la luna se paró en obediencia a la voz de un hombre, “porque Dios luchaba por Israel”. Treinta y un reyes son subyugados; y cuando terminan las guerras, los ilustres Caleb y Josué reciben también heredad; el primero en la antiquísima Hebrón, y el segundo en la tranquila Timnath-Sera, en el monte de Efraín.
UN CREPÚSCULO BRILLANTE.
Cerca ya del final de su vida, habiendo disfrutado de varios años de reposo en la nueva patria, lejos ya de los azares del desierto y de los gritos de la guerra, como una postrera demostración de amor paternal para su pueblo con el cual luchó y triunfó, Josué los convocó a una multitudinaria reunión en Siquem. Esos montes pródigos en riquezas que les rodeaban, esas hermosas ciudades que ya les pertenecían, habían sido parte del largo peregrinaje de Abraham, Isaac, Jacob y José; y ahora les tocaba a ellos disfrutar de toda su fertilidad y belleza.
Allí en Siquem, lugar de hondos recuerdos y profundos sucesos en las vidas de los patriarcas peregrinos; allí donde habían sido sepultados solemnemente los huesos de José. Allí, teniendo los montes Ebal y Gerizim como testigos; allí ante los feraces viñedos de sus laderas, Josué pronunció esas palabras inmortales, que han fortalecido a millones de creyentes: “Escogeos hoy a quien sirváis… porque yo y mi casa serviremos a Jehová”.
Así llegó Josué a su fin, una vida rutilante; vida de fe y de paciencia; de humildad y lealtad para con Dios y de profundo amor para con los hombres. Las ondulantes colinas de Timnat-Sera recibieron su cuerpo en sepultura. La sagrada promesa dada a Abraham, casi 500 años antes, se había cumplido. La larga marcha para heredar la tierra prometida, que marcó un hito en la historia de la humanidad en su búsqueda incesante de libertad, había, al fin, concluido.